Como todos mis lectores habrán notado, llevo un tiempo menos activo en este formato. El trabajo me impide escribir, y lo que es peor, limita
mis horas de lectura, tanto, que estoy leyendo únicamente en las madrugadas, en
la cama. No estoy contento con ello, pero por ahora no puedo hacer otra cosa.
Hoy domingo (que me perdone Dios) me levanté a trabajar, y lo estaba haciendo
cuando recibí una llamada de mi buen amigo, el poeta Fernando
del Val. Suficiente. Después de quejarme un rato ante él (perdóname tú también,
Fernando), me rebelé, me dije que
dedicaría al menos lo que restaba de la jornada a leer, y ¿por qué no? a
escribir.
Aquí estoy, después de un trecho de lectura, antes de otro, haciendo un breve paréntesis para escribir mi “entrada” número 33. Acaso el texto para tan señalada ocasión debió ser más meditado, lo sé, pero sentí ganas de escribirlo, y bien merezco, después de tanta renuncia, un autocomplaciente desliz… (Puesto a pedir perdón, que me lo otorguen también, por favor, los numerólogos). Claro, lectores y amigos no llevan culpa alguna en mis frustraciones. Nunca los invitaría a leerme si no tuviera algo que decir, por muy grande que fuera la palabrera urgencia.
Hace un tiempo que releo a los poetas de “Orígenes”. Comencé con la obra completa de Lezama a partir de un magnífico regalo de mi querido Luís Enrique Valdés. Seguí con Gastón, Cintio, Virgilio, Eliseo; y ahora estoy con Fina García Marruz. En el 2010, centenario de Lezama, la editorial Pre-textos publicó, con antelación a los sonoros premios que la autora obtuvo después, una magnifica antología sobre la obra de Fina al cuidado de Milena Rodríguez: “El instante raro”. Es ése el libro que tengo ahora en mi mesilla de noche. Algo dije ya en este blog sobre “Orígenes” y varios de sus miembros. No hablaré ahora sobre la obra de Fina (eso ya lo hacen otros muy bien) sino desde ella.
La relectura de esta enorme poeta, como la de cualquier otro de los integrantes de ese grupo, es un verdadero aguijón para los amantes de la poesía, especialmente para quienes la escribimos. Cada una de las últimas cuatro o cinco noches, cansadísimo, después de muchas horas de extenuante trabajo en las antípodas de la poesía, me he reconciliado conmigo leyendo a esta mujer. En su poesía me reconcilio con quien ahora no soy más que a deshoras, porque muchos de sus versos, especialmente entre aquellos escritos en los años ’40 y ’50 del pasado siglo, cuando era un “pajarito contemplón”, antes de haberse integrado en el organigrama de la Federación de Mujeres Cubanas y el Comité de Defensa de la Revolución, son surcos en la perenne obra de la imagen; surcos abiertos por finísimos bueyes de casta resistencia que escancian la sombra con sus vientres. Y claro, una lectura así me resulta carísima en estos momentos . Leer, cuando trabajo día y noche al margen de mí, cosas como éstas:
No mira Dios al que tú
sabes que eres
––la luz es ilusión,
también locura––
sino la imagen tuya
que prefieres,
que lo que amas torna
valedera,
y puesto que es así,
sólo procura
que tu máscara sea
verdadera.
Leer estas cosas, digo, basta para transitar la madrugada tranquilo. Porque Dios, ese poema enorme, estará poniendo sus oscurísimos ojos, no en lo que soy o lo que hago, sino en lo que amo y quiero ser, hacer. Y esto ¿para qué vale? No lo sé bien, pero me tranquiliza. Ah, la escuadra sólo puede medir lo que le es parecido, lo demás escapa a sus férreas coordenadas… No me tienen. No me pueden acotar en la hipoteca, o en una decadente berlina. Les di ciertas ventajas, sí, pero no me tienen. La imagen, siempre redentora, se posa también en mi texto 33; viene en mi auxilio, en el de todos ustedes. Lean a Fina. Lean a los poetas de “Orígenes”. Lean poesía. No calcen mansos en la urgida escuadra.
Eso tengo que decirles. Y acaso no sea poco ni siquiera para una “entrada” con tan especial número. La imagen, siempre la imagen… ¿No reinó David 33 años en Jerusalem? ¿No murió Jesús a los 33 años? ¿No tiene el rosario islámico 33 cuentas? La gran imagen y la sagrada cifra llevan milenios de feliz maridaje. El 33 tiende al poema, al gran poema… Gracias Fina. Esta nota tenía que volver sobre la Imagen. Ahora sólo queda pedir a la Señora que deslíe su inmenso poder actual: “Acto, príncipe oscuro, realízame”.