jueves, 15 de febrero de 2018

PLEGARIAS DE UN MEMO





  
I

Con la intención de ayudar a machihembrar los hemisferios de su aparato crítico, hace unos días hablaba con un joven que me importa mucho, sobre la última destemplanza (fijaos que digo destemplanza, no fiebre) de Occidente. Me refiero a la deriva sexista: la vorágine hembrista contra el machismo. No sé bien por qué expongo (ahora / aquí) mi estupor y mi desasosiego ante la estupidez y el oportunismo con que muchos se han sumado a esta ¿tendencia? Debe ser la ilusión de libertad, que también nos calienta a quienes, sin ser demasiado inteligentes, hemos llegado de azar en azar hasta los cincuenta y pico. Debe ser eso, porque sé que es muy posible que haya un ejército de astutos destemplados esperando, con ganas de lío, a quienes pretendamos enfriar la situación con un poco de candidez y otro de quijotería. Sin embargo, como haría cualquier memo, apuesto por mí en este lance. Tal vez porque, como también suele ocurrir a los memos, me importan los más jóvenes, creo en ellos. No en todos, lo reconozco, pero sí en los que padecen la memez suficiente, como para atreverse a apostar por un caballo perdedor, sin antes tener que haber dilapidado media vida haciéndolo por los que corren y ganan dopados. (Perdón porque haya escrito jóvenes y no jóvenas, caballo y no caballa o llegua. Son cosas de viejo). Mira que mi abuelita me advertía siempre: hijo, porfía, pero no apuestes; lo que en este caso se me antoja trasladar a: habla en privado si quieres, pero calla en público; no lleves las cosas al límite. Mira que lo han dicho muchos sabios… Por ejemplo, el pobre Boecio: No vayáis a buscar violetas al prado teñido de púrpura, cuando en la estremecida llanura sopla el furioso aquilón. Mira que…

En fin, hace mucho que digo a quienes quiero, que desconfíen de los periodistas, que por simple higiene mental no crean la mitad de lo que dicen, que por la misma razón pongan en duda la mitad otra, sobre todo si hay juicios de valor entre medias. Avempace decía que en la ciudad perfecta no pueden existir ni médicos ni jueces, [que] es la falta de amor y paz lo que produce litigios y enfermedades. Éste era más cándido que yo, que dudo y matizo: ¿Sin médicos…? ¡Sin periodistas de opinión, por Dios! Pero la ciudad perfecta de Avempace no era una megalópolis democrática, claro. En una democracia, sobre todo en una que atraviese su fase última, (decadente, cómo no: veloz y consumidora) los médicos, los jueces y los abogados son imprescindibles, como también lo son los cartománticos y los periodistas opinantes. ¿Quién inflamaría, si no estos últimos, la maleable sesera del consumista-elector? Los periodistas pueden votar, y a cambio deben consumir como todo hijo de vecino; y como todo hijo de vecino, para poder consumir deben vender. ¿Y qué venden? Noticias. (Noticia: Información sobre algo que se considera interesante divulgar. R.A.E.) Algo interesante, vendible… Como ellos mismos repiten siguiendo la máxima de uno de sus adalides: noticia no es que el perro haya mordido al niño, sino que el niño haya mordido al perro. ¿Y qué vender cuando a los niños les da por acariciar a los perros…? No queráis caer en manos de un periodista que se esté haciendo semejante pregunta, porque entonces seréis vosotros mismos los niños mansos, y estaréis preparados para ser mordidos por ellos: los periodistas; y estaréis dispuestos a sacaros los dientes en previsión de que un día se os pudiese ocurrir morder al perro que os estuviera despedazando, o al periodista que os estuviera magreando.


II

Cómo no estar en contra de la violencia. Todo el aparato jurídico-administrativo de la polis, ese que arropa y ahorma al hombre cuando vive en estado civil, está, o debe estar dirigido a garantizar que los individuos resulten previsibles los unos con relación a los otros, que como actores que son de un entorno civilizado, respondan a los patrones éticos y morales previamente convenidos por la sociedad a la que pertenecen. Para vivir en plenitud, formando parte de comunidades complejas, debemos poder confiar, sobre todo, en que no nos van a matar en nuestra propia casa, o a la vuelta de la esquina, en que no nos alcanzará el supuesto fuego amigo. En las democracias europeas, parece que debemos poder confiar, incluso, en que no nos matarán, aun cuando hayamos matado consciente y organizadamente a muchos otros. Así están las cosas. Nos guste o no. Y entonces, ¿cómo no estar en contra, también, de la violencia extrema (con riesgo para la vida misma) que se pueda dar entre individuos de diferente género? Pregunto más: ¿cómo no estar especialmente en contra de la violencia ejercida por un individuo fuerte sobre otro que lo sea menos, sin importar el género al que ambos pertenezcan? Sólo quienes se enajenan pasiva o activamente del convenio que deben asumir los individuos para vivir en sociedad, pueden aprobar la violencia o ejercerla, sea del tipo que sea, tenga la intensidad que tenga. Porque, ¿alguien que no sea un verdadero antisocial, podrá sentirse cómodo ante la violencia ejercida entre sus conciudadanos? Claro que no. Pero esto es una cosa, y otra bien distinta es aprobar que se exacerben con fines espurios los actos violentos. Da igual que hablemos de violencia de género, de violencia dentro un grupo social determinado, de violencia filial, o de violencia entre maestros y alumnos… Y es aquí donde aparecen los periodistas amarillos, los de mayor olfato comercial, que serán seguidos primero, y aguijados después por los políticos, quienes harán lo que haga falta para atraer la atención de los que tienen un espíritu más gregario y menos crítico entre los potenciales votantes. Y entonces la bola irá creciendo: periodistas, políticos, agentes sociales, artistas, intelectuales, público… Todos irán creando lo que llaman un estado de opinión. ¿Y hay algo más fructífero en el Estado de las Opiniones: la democracia, que un estado de opinión bien tejido? ¿Quién se atreve a toserle a una tendencia firmemente implantada en los medios de difusión, los mítines políticos, las redes sociales, los programas de estudio, los eventos culturales, las instituciones de cualquier tipo…? Sólo nosotros: los memos.

Todos los actos violentos en tiempos de paz son repudiables. También lo son aquellos que ocurren entre individuos de distinto género. Y está bien que la prensa los airee, por supuesto. Pero no que exagere y magnifique su puesta en escena, buscando generar una espiral patética que absorba los ánimos más sensibles y menos críticos, con fines comerciales o políticos. Porque la dicha espiral, una vez erguida, no cesará de crecer hasta que otra de igual o mayor fuerza la sustituya. Y para cuando eso ocurra, puede que los daños sean irreparables sin que un cambio social verdaderamente radical y violento cree nuevas vías de reparación. En una sociedad decadente como la nuestra, que apenas tiene medios para defenderse de sí misma, es peligrosísimo que se activen mecanismos tan potentes de confusión… Hoy en día, la lucha contra la violencia de género, aunque completamente justificada, está encontrando el sustrato social idóneo para mezclarse y confundirse con la deseada igualdad entre hombres y mujeres, el cambio de paradigmas sexuales, el cuestionamiento de la familia o de cualquier otra estrategia reproductiva de la especie… Si seguimos como vamos, llegará el momento en que un simple flirteo que parta del varón, podrá ser interpretado, juzgado y condenado como un acto violento contra la mujer. Así están las cosas: En Occidente se produce un trasvase de poder que deberá poner a la mujer en una posición social mucho más justa que la que ha ocupado en los últimos diez mil años de historia. Eso está muy bien, siempre que su horizonte no resulte la comba que apenas puedan saltar las máquinas. Y el asunto no tiene por qué acabar así. Claro que no.

El sexo ha sido (y es) un instrumento de poder incontestable. Hace poco puse en boca de uno de mis personajes de ficción las siguientes palabras:

…―Por ejemplo, en Roma: Has oído que eran promiscuos, ¿no?, que practicaban la homosexualidad entre los hombres con total desenfado, ¿no? ―He visto películas donde sale esto, sí. ―Pues nada de eso, amigo. La identidad sexual romana estaba ceñida a un esquema binario de poder social muy claro: De un lado, los penetradores, que eran los hombres libres; del otro, los penetrados, que eran los demás: mujeres, muchachos y esclavos. Si un hombre nacido libre era sorprendido dejándose penetrar por un esclavo, por ejemplo, podía ser sancionado con pena de cárcel o de trabajo forzado, incluso condenado a muerte. Te cuento esto como un ejemplo, para que entiendas que en el sexo casi todo es juego de poder. La función receptiva está asociada con el sometido, y la invasiva con el que somete. ¿Y cómo las mujeres que tienen un lado masculino muy fuerte, compensan esto? Pues juegan a subvertirlo psicológicamente. ¿Cómo el ser penetrado: el receptivo, llega a someter al penetrador: el invasivo? Ahí está el asunto. Las mujeres lo han resuelto de muchas maneras distintas a lo largo de la historia…               

La mujer occidental, ayudada por toda la sociedad en que vive, debería ser capaz de cambiar el signo de los tiempos, sin necesidad de pasar de dominada a dominante, sin necesidad de poner en riesgo las estrategias reproductivas de la especie. Lo contrario implicaría acelerar un proceso de destrucción que tiene dos mechas: la que viene de culturas y/o civilizaciones menos fatigadas y nada decadentes, marcadamente patriarcales y capaces de actos violentos extremos; y la que viene de la inteligencia artificial, que parece condenarnos a un futuro maquinal donde los conflictos de género no tendrían cabida.

No será fácil un cambio que no implique graves cesiones a la barbarie o la máquina, porque una operación de semejante magnitud en la psicología individual, genérica y social, demandaría un tiempo y un celo que tal vez parezcan excesivos para este tiempo hiperacelerado, pero debíamos ser ambiciosos. Aunque lo tienen más fácil en el Oriente no adánico, (hace dos milenios y medio que Lao-Tsé dijo: La hembra vence siempre al macho por la receptividad) en Occidente el equilibrio de poder entre los géneros no tendría por qué implicar necesariamente un suicidio. Y sin embargo… El lío de géneros que tenemos montado, con la “inestimable” ayuda de periodistas, políticos y demás fuerzas “parlantes” de la sociedad, aparece como un síntoma más de insalvable decadencia. ¿Es así? ¿No vale la pena oponerse a los idiotas (mujeres y hombres) que por doquier repiten eslóganes sexistas facilones para no parecer trasnochados o anacrónicos?  



III

Somos tan antiviolentos, que nos exponemos a los bárbaros sin cautelas; tan estúpidos, que todo lo que nos negamos como sociedad en cuanto a la quiebra del contrato que hemos suscrito, y que actualizamos continua, casi enfermizamente, lo concedemos a los ajenos sin inmutarnos. ¿Por qué digo sin inmutarnos? No. Digo mejor: felicitándonos por ello. Así de buenos somos, así de empáticos, de modernos. Muchas veces son los más “vanguardistas” entre nosotros, esos que abogan a grito limpio, por ejemplo, por la total igualdad entre los géneros desde ya, cueste lo que cueste, caiga quien caiga, quienes justifican que en nuestra propia sociedad medren individuos y grupos sociales de otras culturas, ejerciendo ante (y contra) nosotros, prácticas de extrema desigualdad entre hombres y mujeres, de sórdida violencia de género. Que vengan, sí, que vengan, aunque cada viernes den una paliza a sus mujeres, aunque las obliguen a caminar rezagadas por nuestras aceras, a dos metros de distancia de sus amos, aunque las obliguen a cubrirse parcial o totalmente el rostro… A la rueda-rueda de pan y canela. / Dame un besito y vete a la escuela. / Si no quieres ir, acuéstate a dormir… Ah, la decadencia, qué facha tan guay tiene… Y los políticos, periodistas, artistas, intelectuales… todos y todas (se dice así, ¿no?) miembros y miembras, portavoces y portavozas de esta sociedad tan belígera consigo misma, tan permisiva sin embargo con sus verdugos, qué bien nos soliviantan, ¿no?; cómo despiertan nuestras consciencias… Votemos, compremos, chillemos, hablemos como nos venga en ganas. ¡Viva la democracia! Y envejezcamos como Dios manda, con buenas pensiones que soporten los hijos de… ¿Hijos? ¿Cómo producen los robots sus descendientes? ¿Emanan o crean?

Le pregunté al joven con quien hablaba sobre estas cosas, la edad que tenía (veinte). Le pregunté si alguna vez había visto en su entorno familiar, social, escolar o laboral, un acto de flagrante violencia de género (no). Le pregunté si algún familiar, amigo o conocido suyo lo había visto (no, que él supiera). Le pregunté entonces por qué estaba tan nervioso con ese tema (Ah, los periodistas… Si lo dicen por la tele…). No quise frivolizar sobre una cosa tan seria, pero tuve que decirle: Igual España, a pesar de todo, no es un país tan violento. ¿No crees? (Silencio). Luego le pregunté si sentía que debía tener más cuidado en estos momentos cuando trataba de ligar con una chica, después del follón noticioso que se ha montado en el mundo entero al calor de las denuncias de violencia sexista que surgieron en Hollywood (sí). Por último le pregunté si tendría hijos (¿…?). Entonces le conté lo que le pasó al general espartano Dercílidas: Aun en Laconia, donde se respetaba a los militares hasta la veneración, donde los mayores de edad eran ídolos para los jóvenes, Dercílidas, que era célibe y no tenía hijos, fue tratado irrespetuosamente por un adolescente. En una ocasión, entrando el general a un recinto con los asientos ocupados, el dicho adolescente no le cedió el suyo. Dercílidas debió demandar una explicación. Porque tú no dejas un hijo que me lo ceda a mí, dijo el muchacho. Las cosas que se ven en las sociedades de signo ascendente, eh.

¡Que vivan las mujeres!, digo yo. Que alcancen las mismas oportunidades que los hombres en todos los sentidos posibles. (Subrayo posibles. No hace falta que corran los cien metros en nueve segundos, de veras que no). Que retengan su gran privilegio: la capacidad de gestar vida otra. Que cese la violencia en tiempo de paz. Que cese la manipulación de la masa votante y consumidora. Que periodistas, políticos, artistas e intelectuales, se avengan a un guion más honrado. Que la ignorancia no sea tan insolente. Si puede ser, que se lea un poco más. Que se machihembren los hemisferios en el aparato crítico de los jóvenes. Que cese la idiotez, por Dios... ¿Veis cuántas cosas pedimos los memos? Ah, y que ellas no pierdan de vista, ni a Dioniso ni a Eros. Sólo Dioniso las eximió y eximirá del supuesto designio machista de su sexo. (Las vías pánica y apolínea ofrecen más dudas). Sólo ante Eros merece la pena rendir el pudor:
     
Cuando Zeus modeló al hombre, lo dotó en el acto con todas las inclinaciones, pero olvidó inocularle el pudor.

No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden del dios, pero finalmente, ante sus ruegos apremiantes, dijo:

Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, saldré enseguida.